domingo, 23 de enero de 2011

Azar


“Usted, no me vuelva a dirigir la palabra”  gritaba con su voz de niña. Él, tomándola de los brazos la sacaba bruscamente del vehículo. Entre sus quejas se escuchaba “yo soy una niña” y unos ojos marrones dibujaban su cara pequeña, dócil, quizás dulce y delicada de la vejez, de la vejez de su inocencia que reclamaba su derecho a estar, a vivir, a cantar, a hablar. Estrella solo quería un par de monedas. 

La voz de aquella niña parecía no pertenecer a ese mundo, a la calle donde ahora el pegamento la consuela.  Quizá Estrella tuvo una casa caliente, una madre amorosa, ropa nueva en navidad. Quizá estrella perdió su familia, o se enojó algún día, quizá se perdió sin encontrar el camino de regreso.  Y ahora estaba allí, frente a mí, en un juego del azar, suplicando un espacio para hablar, para cantar, para ser de nuevo en la pequeña conferencia.

El chofer, preocupado por el bien de sus pasajeros, imponía todas sus fuerzas y la empujaba hacia su hogar, aquella calle céntrica. Quién sabe dónde ella perdió enredadas en algún rincón su humanidad, sus derechos y su necesidad de clemencia.

¿Acaso alguien escribió para Estrella el drama dibujado en su sonrisa y en su lenguaje limpio bajo la mugre y la miseria? La miseria del mundo en sus ojos, como si vivir fuera un juego del que se va deslizando entre los dedos de algún dios; entre luces y sombras, un pasar, sin objetivo, sin camino, en el que el alma de una niña buena se va yendo por la puerta de aquel bus, sin canción, sin escucha, sin monedas.

Mientras  tanto, yo continúo en el asiento y veo por el espejo mi ciudad tan fría y negra. Espero, solo espero  con paciencia, la llegada del minuto en que sea mi alma la que vuela.