martes, 18 de enero de 2011

De niñas y demonios




Ese día no viniste
y no sé qué de vacío o ausencia me llevó
a hablar en idioma tu-nombre
para referirme a todo lo que me dejaba sin paz.

Me fui
a ver si me hallaba una idea
de quién debo ser cuando sea
la mejor imitación de mi misma.
Mientras me ocupaba de esas tareas de reconocimiento
logré encontrarte por una calle
esquivando codos, alzando la voz;
cantabas esa canción que me recordaba
que no estarías conmigo para siempre.
Vi al viento elevando cometas a tu alrededor
lo vi alborotándote el cabello
repitiéndote constantemente
que mi lugar es tu herida:
¿Quién puede dejar fuera de la memoria
el momento de su existencia que más le dolió?

Sin embargo, no hice nada.

Pude haber corrido para detenerte
pude haberte amarrado a mis razones falsas
pude haber intentado enternecer tu corazón
mostrándote las llagas de mis pies
fruto de seguirte insistentemente
mientras bailabas en el silencio de la última luna llena.

Pero no lo hice.

Lo notaste.
Me sentiste en la atmósfera.

Te acercaste con cierta elegancia
e inevitablemente me sonrojé
al aceptar el efecto adictivo que me provocás
cuando fruncís el ceño.
No logré negarme a tu mirada tratando de pulverizarme
ni al temblor que se vino subiendo por la espalda
y me congeló irremediablemente:
tenés un modo tan especial de hacerme pedazos
que te adoraré de aquí hasta que se te acabe la eternidad.

Comenzaste a soltar tus historias
justificando con ellas tu crueldad, tus necesidades.
Tus labios se volvieron dos agujas
-como siempre-
pero esta vez no se clavaron en mi cuello.
Dijiste monstruo, vacía, fría, insensible
y otros adjetivos que no quise guardarme
porque ya no me queda espacio para más rencores.
Cada palabra que decías
llevaba tu mente a la imagen donde una muchacha
parecida a mí (con mi cuerpo y mi cara)
rescataba los restos de tu alma
de un charco de luces y sombras.

Cuando acabaste dijiste:
"puedes irte. Ya no te necesito".
Pero al ver que no avancé ni un centímetro
te diste la vuelta, caminaste cien años,
abordaste la nada para llegar al pasado
y cortaste los lazos que ataban nuestra historia.

No sé si lloré.
Seguramente, no.

Hasta este segundo sigo esperando
no tu regreso
no que cumplás tus promesas
no la cosquilla
de tus dedos bordeando mi pecho.

Espero que mueran
los que me convirtieron en esto:

en mí
con todos los problemas que implica.

Entonces dejarán desierta
esa luz que tanto querías que te diera
y quizá entonces pueda
sostener tu mano
sin quemarte la piel.