domingo, 23 de enero de 2011

Silencio


Tres pestañeos, media sonrisa incómoda.
Un roce de manos al descuido, un café enfriándose delante de tus ojos, un encuentro imprevisto.
Hablaste poco. Callaste más.
Yo te conté quién era sin excesos por temor a que te fueras cuando acababa de hallarte.
Me miraste como si entendieras el pasado oculto en mis pupilas y me regalaste un gesto imperceptible que fue como una caricia capaz de sanar.
Me sonrojé.
Ahogaste la risa en la garganta para no incomodarme haciéndote cómplice de mi vergüenza adolescente.
Volviste a mirarme como si quisieras decirme algo.
Nada salió de tu boca y yo llené el espacio vacío con azúcar y una cuchara moviéndose en círculos en el pocillo de café.
Hubo quietud y voces sin sonido merodeando entre los dos.
Destellos de deseo. Señales de amor.
Cayó la noche sobre el mantel. Luces y sombras cubrieron el contorno de tu cuerpo inclinado sobre la mesa del bar y el reflejo de una luna incipiente me atravesó el espíritu y las ganas.
Pude decirte algo. Quise hacerlo.
Pudiste decirme algo. No supe si querías hacerlo.
Como si ese encuentro nunca hubiera existido, te atreviste a decirme adiós.
Doblamos nuestras almas solitarias en la esquina.
Y todo fue silencio.