sábado, 22 de enero de 2011

Pisadas

Miraba oculta tras el muro cómo todas las noches pasaba junto al río aquella señora vestida con harapos y con sus pies descalzos.  Aún así, sus pisadas casi mudas podían escucharse retumbar y chapotear en el agua. Su mirada quedaba oculta en la oscuridad de la noche, que cabalga sobre las tinieblas del más allá. Todos los días cuando se ponía el sol, entre luces y sombras, me asomaba al muro para ver su pequeña danza a la luz de la luna. Pero una noche me cansé de esperar allí escondida y ella no apareció. Las campanas de la iglesia sonaban en lo alto de la torre al día siguiente. Ya la llevaban en procesión las gentes del pueblo hacia el campo santo donde abandonaron el féretro. Hoy, aún sabiendo que no está, me desvelo en mitad de la noche esperando descubrir el color de sus ojos, por los que siempre sentí una gran admiración. Espero que algún día, cuando su espíritu vuelva de nuevo a chapotear, me deje observar, a lo lejos, la mirada de una anciana que cada noche me ofrecía la felicidad.